
Resulta que tengo parando en casa a Fernando Montemarani (productor de radio, tv, sonidista, videasta pero por sobretodo viejo y querido amigo) quien me contó una historia...
Estaba él en una conferencia en la cual un sr. contaba acerca de su próximo libro. Cuenta que fué un exiliado judío del nazismo y que vino a parar con su familia a sudamerica en busca de algo de alivio.
Por aquel entonces, en Paraguay, Argentina o Uruguay, era mejor visto ser por-nazi que judío (esas cosas de nuestra historia...) y se les complicó más de la cuenta la llegada a Bs As. Este señor, Jorge I.Klafman, cuenta minuciosamente esa peregrinación horrenda que tuvo que vivir de niño y que tardo 50 años en poder plasmar en un libro. De hecho, hasta ese momento ni sus hijos conocían este oscuro pasado de Jorge. Todo un picnic para cualquier amante o practicante de la psicología moderna.
Franando está trabajando en esta historia, proyectando un cortometraje.
Por él cae a mis manos el libro "El séptimo milagro" y de él extraje sólo una parte...
Esa noche, en la barraca, Srulek escuchó por primera vez la canción que se había hecho famosa entre los presos y que resumía parte de la angustia y el terror que vivían día a día, a la sombra de la muerte:
"Plaszow, Plaszow, campo de la muerte,
aquí la vida de uno depende de la
suerte.
Plaszow, Plaszow, lugar de tortura
y misterio, edificado sobre
el viejo cementerio.
Tus muertos estan enojados,
se oyen sus gritos bajo
los sepulcros profanados.
De las hermosas lápidas
que miraban el firmamento
hicieron una avenida
mezclándola con cemento.
Un cadáver lleno de ira,
emerge de su eterna morada y mira,
ve que el antaño tranquilo camposanto
ahora está invadido por sucias barracas,
crueles patíbulos y hediondas letrinas.
Distingue a lo lejos,
con sus cuencas vacías
de encendida mirada,
la "montañita jodida".
Arde el fuego en su fosa ahumada,
allí asesinan a los inocentes:
hombres, mujeres, niños y viejos.
Las lúgubres estrofas se entonaban en voz muy baja y en el sórdido ambiente de las barracas, no era difícil imaginarse a los esqueletos de la canción reclamando por sus tumbas violadas. Bastaba observar los rostros demacrados, con los ojos hundidos profundamente en sus cuencas, que parecían flotar en los rectángulos de sombra entre fila y fila de catres.
Una vez más, la asquerosa realidad supera a la mas cruel de las ficciones.
"La esperanza es lo único que vence a la muerte" Ernesto Sábato
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