Ese viejo temeroso tenía carisma y un gran poder de comunicación. Vivió y murió solo. Si puede, que descanse en paz. Jorge Lanata.
Un día, hace diez años (aunque nunca me crean con las fechas) llamó Neustadt. Bernardo Neustadt me invitaba a almorzar. Almorzar iba a llevarnos mucho tiempo y cierta intimidad. Le dije a mi secretaria que propusiera un café en su oficina de Puerto Madero. Dos o tres días después, yo estaba ahí, parado frente a un inmenso cartel que decía Neustadt, en pesadas letras de molde. “Neustadt”, en letras grises, como las del logotipo de un banco.
Dijimos cosas circunstanciales hasta que Neustadt –que hablaba moviéndose y de pie, mientras yo estaba sentado frente al escritorio– me preguntó:
–¿Y usted qué cree que tengo que hacer?
–¿Perdón?
–¿Qué cree que tengo que hacer con el tema de la televisión?
“El tema de la televisión” era el asunto del que todos hablaban en esos días: Telefe le había propuesto firmar un contrato por rating, en el que lo obligaba a no bajar nunca de los 12 puntos. En caso contrario, levantaban Tiempo nuevo. Con Menem fuera del poder, Neustadt había iniciado su lento pero inexorable declive. Telefe vivía el comienzo de la fiebre de las novelas costumbristas, los realities, los megaprogramas de veinte o treinta puntos.
UNO MENOS !!
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