martes, 30 de junio de 2009

Acusó a su ex patrón de implantarle un chip




Miguel Aráoz dice que sus ex empleadores monitorean cada uno de sus movimientos, que le extraen energía y que necesita un corte de luz para desactivarlo.



A Miguel Ángel Aráoz le sobran explicaciones. En su vida, todo está regido por lo que puede parecer un misterio insondable para el resto de la humanidad. Para él, es una calamidad que hasta le valió un apodo, un sobrenombre que porta con dignidad pero no con orgullo. A Aráoz lo llaman “El Hombre Chip”.
Es que el hombre, que se autodenomina “el mejor pizzero de la Argentina”, acusa a sus antiguos empleadores de sembrar un chip dentro de su cerebro para poder monitorear cada uno de sus movimientos y, además, extraer energía de su cuerpo hasta dejarlo marchito. Como muestra de su verdad, Aráoz enseña sus manos, de dedos finos y venas notorias y verdosas. “Parecen las de un muerto”, compara. Aquel que nunca haya contemplado las venas de un muerto deberá creerle. No recuerda cómo, no recuerda dónde, aunque sospecha que pudo haber sido durante los diez años que trabajó para la familia Parrilla. “Tienen rayos láseres, y de a poco, me lo fueron metiendo”, intriga. Niega que lo hayan dormido y asevera que no sufrió ninguna intervención quirúrgica en el accionar del chip. Tampoco dolor.
Mientras trascurre la charla en la barra de Pizzería Pata –en el barrio de Once–, les practica el repulgue a tres bandejas de empanadas de carne, que rellena con una destreza digital que envidiaría un violinista. “Esto es lo único bueno que aporta el chip. Tengo una mayor concentración en el trabajo y más capacidad”. Entre tantas malas, una buena.
Pero para remontarse a la génesis de este grave problema que lo aqueja, indicará que lo primero que comenzó a sentir fueron voces y alaridos dentro de su cabeza, y también que oía a distancia las conversaciones de sus ex empleadores, dueños de una pizzería en el barrio de Palermo, y que serían copropietarios del local vecino, donde El Hombre Chip asegura que poseen maquinaria de ultimísima generación con la cual controlarían cada instante de su vida. “Ellos saben que vos y yo estamos teniendo esta conversación

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